domingo, 16 de octubre de 2016

De Andalucía a Extremadura


Me encuentro desde hace unos días en las cercanías de Mérida, una provincia de Extremadura, cuya ciudad lleva el mismo nombre, una larga historia y la capitalidad administrativa de la comunidad extremeña.
Rotura del tanque de aceite.Reunión de mecánicos
He ido de sorpresa en sorpresa desde que salí de Mairena del Alcor, en Sevilla, que forma parte de otra comunidad, Andalucía. Tiro un poco hacia el norte, con la intención de adentrarme posteriormente en el país vecino, Portugal.

El motocarro ha ido como en sus mejores tiempos, excepto en las subidas, donde el peso extra se nota. De modo que intento no entrar por sitios donde desembocas inevitablemente en autovías, algo que suele ocurrirme a menudo, porque han aprovechado las carreteras nacionales para hacer autovías o autopistas, y eso me pone nervioso.

DESDE ANDALUCÍA A EXTREMADURA

La causa del nerviosismo es que, a pesar de poder circular libremente por autovías, (que no por autopistas, más veloces y prohibidas ), es que mi vehículo no deja de ser una moto...y además, muy lento, donde solo puedo ver por los espejos retrovisores laterales lo que ocurre detrás mio.
, y recuerdo las indicaciones ; “ceñirse al arcén, permitiendo en todo momento el mejor funcionamiento del tráfico “.
Tal cual. Me pego a la derecha, aviso con luces a los demás para que no me atropellen y presten atención , y me pasan zumbando.

Pero considero que es peligroso, para mí y los demás. Nunca falta un despistado que venga a 120 y no se de cuenta de tu poca velocidad. Resultado: quedaremos empotrados y listos para ir al hospital o al cementerio. Y todavía no tengo ganas de eso, especialmente de lo segundo.
De manera que intento encontrar rutas alternativas, carreteras nacionales, comarcales e incluso vías de servicio, los antiguos caminos de la región, hoy muy en desuso.
No siempre los encuentro, y tengo que hacer rodeos, me pierdo, me encuentro de repente en lugares donde había cruzado, y cosas por el estilo. Parte es culpa de un despiste, de una mala información o de antiguos carteles que pregonan que allí existe una vía que no es tal.
El tío Google me ha salvado de muchas, pero también me ha metido en enredos de los que no podía salir. Llevo ya unos 5.000 kilómetros andados y hay anécdotas para todo.

Pero hablaba anteriormente de las sorpresas.

La primera, es que encontré una ruta nacional ni bien salí de Mairena, en muy buenas condiciones. Fiel a mis desplazamientos, el día anterior había marcado las principales poblaciones del trayecto, más de 200 kilómetros, y me iba ciñendo al plan de viaje.
Esperaba hacer noche a mitad del camino. Elegí primero Monesterio, una ciudad interesante para visitar, pero luego cambié el recorrido y me decanté por Zafra, más cercana a mi destino final.

Entrada a Zafra
De modo y manera que salí después de la despedida húmeda y más o menos dolorosa como ocurre cada vez que dejas unos casi amigos después de pasar un tiempo en el día a día con alguien que piensa más o menos como tú. El manejarse entre personas respetuosas por el medio ambiente tiene esas cosas. Una comunicación más fluida, un conocimiento común, una defensa férrea de valores de apoyo a la Naturaleza, hace que a poco de encontrarte con nuevos agricultores te sientas como en casa.
E irte de casa cuesta bastante...y en mi caso conviene hacerlo más o menos a la francesa. Silenciosamente, rápida, para evitar pensar que quizás no vuelvas a verles, aunque mantengas comunicación con ellos a través de las redes sociales...pero que ya no será lo mismo.

Elijo generalmente horas tempranas de la mañana, para evitar horas punta de tráfico, sentir el frescor de la mañana y aprovechar las horas del día. Viajar en motocarro no es ni parecido lo que ocurre a bordo de otro vehículo. La velocidad no cuenta, y 200 kilómetros puede acarrear no las dos horas de autopista que transcurren como en un suspiro si viajas en un coche a velocidad constante, sino que pueden ser un día completo, o en mi caso dos. El trayecto se hace por rutas secundarias en lo posible a una velocidad de entre 30 y 50 kilómetros, y en mi caso particular más a la primera velocidad. Allí es donde se encuentra la gran diferencia. Surgen pueblos por los que atraviesa la carretera, donde te obligan mediante unos infames pasos sobre elevados, la mayoría ilegales porque sobrepasan los 10 centímetros reglamentarios, a frenar más o menos violentamente, y saltar como loco. Así quedarán los amortiguadores, que en mi caso no son geniales ni mucho menos.
Pero parece que les encanta amontonar cemento en medio de la calle, formando una montañita no siempre discreta. Existen las bandas sonoras, mas amables e igual de efectivas, pero el cemento les chifla. Y amontonan una larga hilera cementera de parte a parte, sin preocuparse mucho de como suben y bajan los vehículos.
Es mas : creo que hay un punto de sadismo en esa acción. Porque sino, no entiendo como no se preocupan mucho de hacer desniveles apropiados para que escales y desciendas.
En fin...que no quisiera saber los centenares de veces que subí y bajé, brinqué y me tambaleé con el motocarro...y lo que te rondaré, morena.

LLEGANDO A MERIDA

Me puse en contacto con Rafa, uno de los socios del lugar donde iba. Había hecho un buen desayuno, con mi café con leche (en vaso y leche muy caliente, por favor), y una “media”. Es decir, una tostada con tomate, un buen chorreón de aceite de oliva virgen y sal….una verdadera delicia si el pan es bueno.
Me dijo que hasta la tarde no habría nadie en la granja, de modo que me tomé el resto del día en plan turismo. Me encanta el ir mirando el paisaje, detenerme en sitios deliciosos, absorber el paisaje circundante y perderme en esos horizontes lejanos. España es en ese sentido un verdadero vergel.

Arcos romanos a la entrada de Mérida
Los paisajes cambian de lugar en lugar, ahora poblado, ahora rural, ahora un bosquecillo, ahora un desierto, allí un espejo de agua, acullá un valle que se pierde en zonas boscosas. Aquí salta un conejo, allí se esconde algo oscuro y veloz, ahora admiro un buen amanecer, mi vista se pierde un momento entre las nubes caprichosas y lejanas, la mirada como la de un niño que descubre una y otra vez cosas nuevas e interesantes.

Entro en la ciudad de Mérida, que siempre me ha parecido digna de conocer desde la distancia...y no me equivoco. Por aquí y allá aparecen restos romanos, mozárabes, piedra sobre piedra, que hablan de civilizaciones extintas pero siempre presentes.

Muchos parques, mucho verde, junto al Guadiana, que discurre caudaloso y lento por allí. Los puentes comunican ambas orillas y mi carromato sube y baja, sale y entra, en busca de 


un nuevo destino.

Que será motivo de otra historia...o no..