Con Sam, Johannes y Tobi en Zambulheura de Mar |
Los “wwoofers” de
los que suelo hablar, son voluntarios como yo, que cambian una serie
de horas de trabajo diarias (suelen ser cinco o máximo seis), a
cambio de casa y comida. Otras circunstancias es que los sitios a
donde se va, son granjas o sitios ecológicos.
Realmente, lo que se
pretende con este tipo de voluntariado es la colaboración para
mejorar el medio ambiente, dentro del plano personal. Existe una
organización llamada “Woof International”, de donde nace el apelativo, y se dedica a poner en contacto a voluntarios y sitios ecológicos. Y hay otras, como una
llamada “Helps”, que también pone en contacto a granjas que
solicitan voluntarios con la gente que está dispuesta a trabajar en
el campo o en labores de tipo agrícola, siempre con ese tipo de
convenio.
Si alguien no se
encuentra a gusto con el propietario, simplemente le dice que se
marcha, o al revés si el propietario no está de acuerdo con el tipo
de tarea o rendimiento que recibe por parte del “woofer”.
Simplemente es un tipo de intercambio de trabajo/estancia.
Se suele firmar un
registro al entrar, y se establece el día de salida. En ocasiones la
estancia puede estirarse, de modo que simplemente no se pone el día
de salida en el convenio hasta que se hacen las maletas.
También se paga,
por parte de los dos interesados, una cuota anual, sobre 20/30 euros,
que da derecho a conocer los detalles de la finca vía página web, y
son muchas las variantes en este sentido, dependiendo de los datos
que inserta el propietario.
Esto tiene validez
únicamente para un país en concreto. Cada página web establece las
líneas a seguir, aunque son bastante parecidas, según me doy cuenta
usando un par de ellas.
DE LO MAS VARIOPINTO
El tipo de
voluntario varía mucho. Se encuentran personajes de todo tipo y
edad, aunque existe casi un baremo que comienza con la veintena de
años, y suele acabar allí por la sesentena.
De todas maneras, la
chica más joven que he conocido en este par de años, es una
francesa de nombre Inés, con 17 años. De los varones, el más joven
ha sido Toby, de 18 años, oriundo de los Estados Unidos.
El mayor quizás un
holandés de unos sesenta años con el que coincidí en Murcia
durante un cierto tiempo. Sé de una señora de unos 65 que anda por Portugal buscando sitios, y que posiblemente me encuentre en algún momento.
Luego también una bibliotecaria italiana,
que andaría rozando también los sesenta, y que buscaba un acercamiento a la
tierra para salir, quizás, de su puesto en medio de los libros.
Ahora ha vuelto y según sé , sigue allí ordenando, catalogando y
realizando demás quehaceres propios de su condición de
bibliotecaria.
En medio de todo
ello, he tenido la suerte de conocer personas de muchas
nacionalidades, un surtido de lo más variopinto.
Plantando un bosque en Horta do Zé, Portugal |
En estos momentos,
en el sur de Portugal, me encuentro con esta variedad. Jelle es
holandés, Joost es belga, Inés es francesa, y como decía en otra
crónica, viene Pliun, otra holandesa. Y amenaza Marie-Soleil, una
canadiense de Quebec.Y una china de origen americano que llegará
cuando yo me vaya, a ocupar, supongo, mi lugar en esta granja. Y me he encontrado con Jack, un chico estudiante de la Escuela de Agricultura, que estaba haciendo prácticas, y otro Jaks, un inglés que estará ahora por Aljezur.
Me he cruzado con
un coreano, con un corso, algunos italianos, muchos alemanes y
algunos holandeses, un solo español, gente de Inglaterra, de México,
un colombiano, otro boliviano, un irlandés, varios canadienses, gente de
mucha condición y muy diversa en motivaciones y experiencias..
Cada uno con sus
cosas.
El corso vino a
fabricar un tiovivo, carrousel, calesita o como quiera llamarle, con
un tipo que había hecho uno y lo explotaba comercialmente por las
zonas de costa de España, y él quería hacer lo mismo. Tuvo
problemas con los papeles y seguramente está en Córcega pedaleando
su bicicleta, porque el asunto es que fuera así, impulsado por una
bicicleta, pedaleando sin parar. Los caballitos, ciervos y demás
animales que formaban el cotarro, y don de disfrutaban los pequeños,
fueron fabricados con neumáticos viejos.
Inés, una francesa,
venía a hacer una tesis para sus estudios de español en Francia, y
eligió el tema de las granjas ecológicas como tema. Toby y Sam, dos
compañeros estadounidenses, solamente venían de paso hacia
Francia, tocaron Portugal, luego Madrid, Pamplona y finalmente París.
Luego de vuelta a su rutina.
Viola, italiana, comenzó en Castellón
como voluntaria, se quedó en un sitio como un año, merced al hijo
de la dueña, un joven con el que empatizó bien. Luego viajó a
distintos sitios, Valencia, Cáceres, Sevilla, y quería reunirse
conmigo en Portugal, pero no se dio la cosa.Lo último que he sabido de ella es que estaba en algún lugar de Extremadura.
Me he encontrado
varias veces con Alex, un colombiano estupendo, y compartimos más de
una noche de copas, salidas y visitas por Granada. Un tipo genial,
estudiante de Historia de Arte, que cambió posteriormente por algo
en 3-D.. Pero creo que le sigue el gusanillo de la tierra, porque de vez en cuando pregunta por alguna granja disponible e interesante.
Un caso aparte y
extraño lo conformaban un mexicano y su esposa estadounidense, que
venían realizando un larguísimo viaje de bodas, trabajando como
“woofers” en distintos lugares. Así habían conocido varios
países, y esperaban viajar un poco más antes de volver a Chicago.
Fabricando un calentador solar con Michelle en Tarragona |
Una voluntaria
franco-libanesa cambió su trabajo como voluntaria por otro de “au-pair”
cuidando un par de niñas en Mairena del Alcor, cercano a Sevilla.
Lo último que supe de ella es que estaba en un chiringuito de playa,
trabajando de camarera.
El holandés
sesentero se tomaba un tiempo de libertad, con un mes sin su mujer,
que quedó en Holanda, pero que finalmente lo pasó a recoger por
Murcia en un coche de alquiler, para seguir paseando juntos por
España.
Inés, una chica franco-portuguesa, es navegante de oficio, y quizás en estos momentos ya se encuentre reparando un velero en Portimao, con el cual se irá, con otras personas (30 metros de eslora, dijo), a dar alguna vuelta por este mundo que habitamos.
Algunos pasaron sin
pena ni gloria durante el tiempo de voluntariado, aunque ejemplo como
el irlandés que estuvo por Meixilonheira Grande, volvieron a su
lugar de origen a los tres o cuatro días, porque no se encontraban a
gusto. El mismo caso fue el de un francés que estuvo casi una semana
en este último destino, pero el trabajo le pareció demasiado duro y
sus problemas personales también, (la muerte reciente de sus padres,
entre otros), de modo que volvió a hacer las maletas y se marchó .
Otros resisten a trancas y barrancas, por puro orgullo, pero
seguramente eligen posteriormente otro tipo de trabajo.
LO QUE REPRESENTA EL
VOLUNTARIADO
Alex y Bettina en Castellón, en casa de Pepa |
Existe una página
web titulada “Wwoofers, la Tribu Verde”, que da muchos detalles
sobre lo que representa ser un voluntario de este tipo. Simplemente
decir que se debe querer la Tierra, se debe pensar en aportar un
mínimo granito de arena con su labor diaria, y que el resultado
final debiera ser el de frenar la polución, aportar mayor producción
de productos biológicos, extender a nivel local la creencia de que
se debe mejorar el medio ambiente a pesar de las grandes compañías,
las enormes empresas y los malos gobiernos.
De modo que hay que
sentir cierta alegría por tener contacto con una tierra no muy
contaminada, aprender a utilizar los elementos naturales para el
control de plagas, aplicar las enseñanzas para trabajar el campo,
mejorar los tipos de cultivos, y en general, defender la Naturaleza a
capa y espada, dentro de las posibilidades de cada uno.
No todo el mundo
comprende esta situación a la primera. Hay mucha gente que solamente
quiere aprovechar un período de tiempo corto y en libertad, para
probar como wwoofer. Aunque mucha gente ya lo ha hecho en otros
sitios, han contactado con la Naturaleza y continúan luego haciendo
este tipo de vida en otros campos biológicos.
Reparando un "teepee" en casa de Txus |
No deja de ser una
aportación muy particular, a nivel personal, quizás un poco de
crecimiento interior y de respeto por el medio ambiente, y la
oportunidad de intentar, en la medida de lo posible, que en el
futuro éste sea un planeta más habitable, más humano, más
natural.
No toda la gente
comparte este punto de vista. Las grandes multinacionales, las
empresas productoras de verduras y hortalizas, cítricos o frutas
diversas, quieren más producción, y utilizan herbicidas, nitratos y
muchos nutrientes para que las plantas crezcan rápidamente,
produzcan más y se vendan rápido.
No importa mucho
aquí el sabor final, sino el aspecto. No el gusto sino el tamaño.
Y es una especie de
batalla enconada, sorda, que hay que hacer a nivel personal o al de
pequeño productor-agricultor, intentando convencer a su clientela
final de que es mucho mejor un fruto que no tiene el color exacto, el
tamaño adecuado, pero sabe….a gloria.
Sabores que se van
perdiendo en el olvido, pero basta volver a probar uno de estos
elixires biológicos para retornar a la infancia, a los tiempos de
cultivo del abuelo, a aquellos sabores caseros, sin aditivos, sin
conservantes, puros y naturales.
En fin, que quizás
sea una batalla perdida, aunque se va extendiendo de manera pausada y
continuada por mercados, grandes superficies, lugares específicos de
venta de productos bios, en hogares donde el sabor prima sobre la
apariencia.
Aún son más caros
los productos biológicos que los tratados con pesticidas, herbicidas
o nutrientes industriales, pero todo se andará….Bastará con que
la gente normal y consciente continúe solicitando y comprando estos
productos, para que en algún momento, se estabilicen los precios y
se pueda competir a nivel más o menos industriales.
Ojalá.
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