miércoles, 5 de abril de 2017

Esa extraña tribu verde





Con Sam, Johannes y Tobi en Zambulheura de Mar
Los “wwoofers” de los que suelo hablar, son voluntarios como yo, que cambian una serie de horas de trabajo diarias (suelen ser cinco o máximo seis), a cambio de casa y comida. Otras circunstancias es que los sitios a donde se va, son granjas o sitios ecológicos.
Realmente, lo que se pretende con este tipo de voluntariado es la colaboración para mejorar el medio ambiente, dentro del plano personal. Existe una organización llamada “Woof International”, de donde nace el apelativo, y se dedica a poner en contacto a voluntarios y sitios ecológicos. Y hay otras, como una llamada “Helps”, que también pone en contacto a granjas que solicitan voluntarios con la gente que está dispuesta a trabajar en el campo o en labores de tipo agrícola, siempre con ese tipo de convenio.

Si alguien no se encuentra a gusto con el propietario, simplemente le dice que se marcha, o al revés si el propietario no está de acuerdo con el tipo de tarea o rendimiento que recibe por parte del “woofer”. Simplemente es un tipo de intercambio de trabajo/estancia.
Se suele firmar un registro al entrar, y se establece el día de salida. En ocasiones la estancia puede estirarse, de modo que simplemente no se pone el día de salida en el convenio hasta que se hacen las maletas.
También se paga, por parte de los dos interesados, una cuota anual, sobre 20/30 euros, que da derecho a conocer los detalles de la finca vía página web, y son muchas las variantes en este sentido, dependiendo de los datos que inserta el propietario.

Esto tiene validez únicamente para un país en concreto. Cada página web establece las líneas a seguir, aunque son bastante parecidas, según me doy cuenta usando un par de ellas.

DE LO MAS VARIOPINTO

El tipo de voluntario varía mucho. Se encuentran personajes de todo tipo y edad, aunque existe casi un baremo que comienza con la veintena de años, y suele acabar allí por la sesentena.
De todas maneras, la chica más joven que he conocido en este par de años, es una francesa de nombre Inés, con 17 años. De los varones, el más joven ha sido Toby, de 18 años, oriundo de los Estados Unidos.

El mayor quizás un holandés de unos sesenta años con el que coincidí en Murcia durante un cierto tiempo. Sé de una señora de unos 65 que anda por Portugal buscando sitios, y que posiblemente me encuentre en algún momento.

Luego también una bibliotecaria italiana, que andaría rozando también los sesenta,  y que buscaba un acercamiento a la tierra para salir, quizás, de su puesto en medio de los libros. Ahora ha vuelto y según sé , sigue allí ordenando, catalogando y realizando demás quehaceres propios de su condición de bibliotecaria.
En medio de todo ello, he tenido la suerte de conocer personas de muchas nacionalidades, un surtido de lo más variopinto.

Plantando un bosque en Horta do Zé, Portugal
En estos momentos, en el sur de Portugal, me encuentro con esta variedad. Jelle es holandés, Joost es belga, Inés es francesa, y como decía en otra crónica, viene Pliun, otra holandesa. Y amenaza Marie-Soleil, una canadiense de Quebec.Y una china de origen americano que llegará cuando yo me vaya, a ocupar, supongo, mi lugar en esta granja. Y me he encontrado con Jack, un chico estudiante de la Escuela de Agricultura, que estaba haciendo prácticas, y otro Jaks, un inglés que estará ahora por Aljezur.

Me he cruzado con un coreano, con un corso, algunos italianos, muchos alemanes y algunos holandeses, un solo español, gente de Inglaterra, de México, un colombiano, otro boliviano, un irlandés,  varios  canadienses, gente de mucha condición y muy diversa en motivaciones y experiencias..

Cada uno con sus cosas.

El corso vino a fabricar un tiovivo, carrousel, calesita o como quiera llamarle, con un tipo que había hecho uno y lo explotaba comercialmente por las zonas de costa de España, y él quería hacer lo mismo. Tuvo problemas con los papeles y seguramente está en Córcega pedaleando su bicicleta, porque el asunto es que fuera así, impulsado por una bicicleta, pedaleando sin parar. Los caballitos, ciervos y demás animales que formaban el cotarro, y don de disfrutaban los pequeños, fueron fabricados con neumáticos viejos.
Inés, una francesa, venía a hacer una tesis para sus estudios de español en Francia, y eligió el tema de las granjas ecológicas como tema. Toby y Sam, dos compañeros estadounidenses, solamente venían de paso hacia Francia, tocaron Portugal, luego Madrid, Pamplona y finalmente París. Luego de vuelta a su rutina. 
Viola, italiana, comenzó en Castellón como voluntaria, se quedó en un sitio como un año, merced al hijo de la dueña, un joven con el que empatizó bien. Luego viajó a distintos sitios, Valencia, Cáceres, Sevilla, y quería reunirse conmigo en Portugal, pero no se dio la cosa.Lo último que he sabido de ella es que estaba en algún lugar de Extremadura.
Me he encontrado varias veces con Alex, un colombiano estupendo, y compartimos más de una noche de copas, salidas y visitas por Granada. Un tipo genial, estudiante de Historia de Arte, que cambió posteriormente por algo en 3-D.. Pero creo que le sigue el gusanillo de la tierra, porque de vez en cuando pregunta por alguna granja disponible e interesante.

Un caso aparte y extraño lo conformaban un mexicano y su esposa estadounidense, que venían realizando un larguísimo viaje de bodas, trabajando como “woofers” en distintos lugares. Así habían conocido varios países, y esperaban viajar un poco más antes de volver a Chicago.

Fabricando un calentador solar con Michelle en Tarragona
Una voluntaria franco-libanesa cambió su trabajo como voluntaria  por otro de “au-pair” cuidando un par de niñas en Mairena del Alcor, cercano a Sevilla. Lo último que supe de ella es que estaba en un chiringuito de playa, trabajando de camarera.
El holandés sesentero se tomaba un tiempo de libertad, con un mes sin su mujer, que quedó en Holanda, pero que finalmente lo pasó a recoger por Murcia en un coche de alquiler, para seguir paseando juntos por España.
Inés, una chica franco-portuguesa, es navegante de oficio, y quizás en estos momentos ya se encuentre reparando un velero en Portimao, con el cual se irá, con otras personas (30 metros de eslora, dijo), a dar alguna vuelta por este mundo que habitamos.

Algunos pasaron sin pena ni gloria durante el tiempo de voluntariado, aunque ejemplo  como el irlandés que estuvo por Meixilonheira Grande, volvieron a su lugar de origen a los tres o cuatro días, porque no se encontraban a gusto. El mismo caso fue el de un francés que estuvo casi una semana en este último destino, pero el trabajo le pareció demasiado duro y sus problemas personales también, (la muerte reciente de sus padres, entre otros), de modo que volvió a hacer las maletas y se marchó .
 Otros resisten a trancas y barrancas, por puro orgullo, pero seguramente eligen posteriormente otro tipo de trabajo.

LO QUE REPRESENTA EL VOLUNTARIADO


Alex y Bettina en Castellón, en casa de Pepa
Existe una página web titulada “Wwoofers, la Tribu Verde”, que da muchos detalles sobre lo que representa ser un voluntario de este tipo. Simplemente decir que se debe querer la Tierra, se debe pensar en aportar un mínimo granito de arena con su labor diaria, y que el resultado final debiera ser el de frenar la polución, aportar mayor producción de productos biológicos, extender a nivel local la creencia de que se debe mejorar el medio ambiente a pesar de las grandes compañías, las enormes empresas y los malos gobiernos.
De modo que hay que sentir cierta alegría por tener contacto con una tierra no muy contaminada, aprender a utilizar los elementos naturales para el control de plagas, aplicar las enseñanzas para trabajar el campo, mejorar los tipos de cultivos, y en general, defender la Naturaleza a capa y espada, dentro de las posibilidades de cada uno.

No todo el mundo comprende esta situación a la primera. Hay mucha gente que solamente quiere aprovechar un período de tiempo corto y en libertad, para probar como wwoofer. Aunque mucha gente ya lo ha hecho en otros sitios, han contactado con la Naturaleza y continúan luego haciendo este tipo de vida en otros campos biológicos.

Reparando un "teepee" en casa de Txus
No deja de ser una aportación muy particular, a nivel personal, quizás un poco de crecimiento interior y de respeto por el medio ambiente, y la oportunidad de intentar, en la medida de lo posible, que en el futuro éste sea un planeta más habitable, más humano, más natural.
No toda la gente comparte este punto de vista. Las grandes multinacionales, las empresas productoras de verduras y hortalizas, cítricos o frutas diversas, quieren más producción, y utilizan herbicidas, nitratos y muchos nutrientes para que las plantas crezcan rápidamente, produzcan más y se vendan rápido.

No importa mucho aquí el sabor final, sino el aspecto. No el gusto sino el tamaño.

 Y es una especie de batalla enconada, sorda, que hay que hacer a nivel personal o al de pequeño productor-agricultor, intentando convencer a su clientela final de que es mucho mejor un fruto que no tiene el color exacto, el tamaño adecuado, pero sabe….a gloria.
Sabores que se van perdiendo en el olvido, pero basta volver a probar uno de estos elixires biológicos para retornar a la infancia, a los tiempos de cultivo del abuelo, a aquellos sabores caseros, sin aditivos, sin conservantes, puros y naturales.

En fin, que quizás sea una batalla perdida, aunque se va extendiendo de manera pausada y continuada por mercados, grandes superficies, lugares específicos de venta de productos bios, en hogares donde el sabor prima sobre la apariencia.
Aún son más caros los productos biológicos que los tratados con pesticidas, herbicidas o nutrientes industriales, pero todo se andará….Bastará con que la gente normal y consciente continúe solicitando y comprando estos productos, para que en algún momento, se estabilicen los precios y se pueda competir a nivel más o menos industriales.
Ojalá.


No hay comentarios:

Publicar un comentario