lunes, 27 de junio de 2016

En Granada





Paisaje desde la furgoneta, cercana al cortijo
 He dejado el motocarro aparcado de cualquier manera en un pueblo llamado Guadix, famoso sobre todo por sus casas-cuevas. Por fuera, parecen casas normales, con una entrada, tejas sobre el techo, pintadas de blanco, ese tipo de detalles. Pero se va internando en la piedra caliza, siguiendo cuevas que se van horadando poco a poco. Consiguen así una temperatura similar en invierno y en verano, ahorro de calefacción y refrigeración, comodidad y confort solamente cavando un poco...bastante , que no será facil.
En el cortijo Aloe Vera había una cueva pequeña, una especie de doble habitación, y ya me dijeron lo que costó hacerlo.
Pues bien, el caso es que el motocarro salió, se quedó, volví, lo pusieron a punto, volví a salir y se negaba a subir cuestas, que en el camino elegido eran bastantes. De modo que decidí irme a Granada en autobús, donde quedé con los dueños del cortijo El Manzano, el próximo sitio a visitar, para encontrarnos. 

Vista parcial del cortijo. La ventana verde mi habitación 
Hicimos noche en Granada, oportunidad que aproveché para salir con mis amigos, y luego a dormir hasta la mañana siguiente. Allí me subí a una de las furgonetas Citroen que tienen, y me llevaron hasta el cortijo, a unos 50 kms. de Granada capital, montaña arriba. 
Aparecimos de tarde, y el lugar se me antojaba precioso, con unas vistas estupendas, sobre todo de olivares que subían y bajaban lomas, praderas con cereales y caminos bastante estropeados, que parece ser una tónica general por estos lares. Sobre todo cuando son carreteras comarcales, o de segundo orden.
Pero sorteando baches y mirando el paisaje, charlando para conocernos con Rafa y Alberto, dos de los integrantes den grupo del cortijo, el viaje se me antojó muy corto,

 Cuando finalmente llegamos al cortijo, no dejaba de asombrarme el paisaje circundante. Verde, plantas y verdes, más verde, más plantas, muchos olivos. Caminos vecinales, comarcales y mucho barro. El día se preparaba para llover. Estaba anunciado un cambio en el buen tiempo del que gozábamos hasta el momento, y por la tarde empezo la lluvia.

Musha alimaña suelta por aquí
Para ese entonces ya estaba instalado en el lugar. Me había decido a pedir destino como voluntario en ese cortijo, porque tenían un montón de cabras y fabricaban sus propios quesos. Por cierto de mucha calidad, lo que les valió en 2013 el Premio Nacional de la industria quesera a un tipo de producto que ellos denominan “torta”. Exquisito, por cierto.
La palabra “UTOPIA” se destaca claramente en una loma cercana, hecha con un tractor y de una altura de varios metros, que seguramente el satélite de Google podría captar perfectamente. Hay reparto de trabajo, varias personas fijas y algunos voluntarios que van y vienen, sirviendo de comodines para distintas tareas, y otras fijas como el ordeñe y pastoreo de las 120 cabras de que disponen. El trabajo en la quesería toca por día, y un gran tablero en el comedor informa de la actividad que te concierne ese día.

No me he tomado un día libre desde que llegué, porque estoy sin vehículo, aquí las dos o tres furgonetas se descacharran muy a menudo, aunque he tenido que servir de conductor para llevar a gente a las cabras, a unos dos kilómetros del complejo de casas que componen el cortijo, para llevarles paja a los bichos para que estén confortables en sus habitáculos, o para llevar a alguien hasta la gasolinera próxima, donde esperan el autobús.

Pero en cuanto a paisaje, la región es hermosa,  y la vista desde la terraza mejor. Aa lo lejos se observan las montañas nevadas de Sierra Nevada, y más cercanas, otra cordillera menor, cubierta de verde. Es una buena época la elegida para venir, y me ha gustado mucho.

Un lagarto atrapado por un ratito
La gente es estupenda. Tenemos largas conversaciones, sobre todo en estructuras sociales y similres, dado que es una especie de comunidad en formación, que a través de una asociación intentan la autosuficiencia lo más total posible. Eso es justamente la utopía que persiguen, y se verá con el tiempo si funciona. De momento, se están agregando nuevos miembros, y en total hay unas siete u ocho personas fijas, más los voluntarios que pasamos por allí.

El tiempo transcurre sin que te des cuenta, ocupado entre cabras, queseria, huertos, casa, comidas y demás quehaceres diarios.
De aquí seguiré viaje a otro sitio que no tiene nada que ver. Aquí hay unas quince hectáreas, con cereales, olivos, animales, huertos, etc. El próximo será un curioso lugar de poco más de dos hectáreas, creo, donde Pablo, el propietario, quiere ser autosuficiente con un huerto, como autónomo, tarea que se me antoja muy difícil de conseguir así  como así en estos tiempos.

Pero eso será material para otra historia....o no.















Saliendo de Almería



Esta mañana terminó mi estancia en Huercal Overa, provincia de Almería. Ayer estuve preparando la salida, que casi coincidía con la de la otra voluntaria, Inés, una chica francesa que volvía su estudio, su chico, su trabajo, su universidad y su vida. Vino a hacer un trabajo especial porque estudia idiomas, y habla un español estupendo. Ahora preparaba un trabajo para la universidad , y quería saber de primera mano como se manejaba España en ese sentido.

Yo entretanto, preparaba mi entrada en la provincia de Granada. Planeaba salir temprano, porque durante el día el calor es bastante importante por esta región. Pero las cosas no salieron así, Lola, la propietaria, se tuvo que ir temprano a auxiliar a su padre que había roto el coche, de modo que me quedé a esperarla, porque no quería irme sin saludarla. El tiempo es bastante relativo cuando andas en ruta, de un sitio a otro, de modo que estuve charlando con María, una ayudante que viene de mañana, y al fin llegó la patrona. Nos saludamos y salí pitando. En el camino me encontré con su padre, y salí en dirección a Carasoles, un pueblecito marcado en el mapa que no conocía de nada.

Podría haber elegido otra ruta, o haberme asesorado mejor.

El camino era de tierra, por un cañadón lleno de piedras, saltos, pozos, piedras y arena que te desplazaba por donde quería. No había salidas, de modo que tuve que seguir por él. De vez en cuando me internaba por alguna senda, pero tenía que volver al camino principal, porque no conducían a ningún sitio mejor, sino que acababan en el campo, en colmenas, y cosas así. Los conejos salían de todas partes y seguramente se reian de mí al verme en esa situación.

Me resigné y finalmente pude salir de esa senda y retomar el asfalto. Paré a hacer un alto en un pueblecito que no tenía en mi itinerario, pero luego de un café con leche y una charla por teléfono con mi niña, Claudia, seguí el viaje.
Terrazas de Aloe Vera
El día es estupendo, ninguna nube en el cielo, y podia pensar tranquilamente en este mes y medio que pasé en la Casa Rural “Alóe Vera”. Pese a ser un cortijo insetrado en un terreno semi desértico, las plantas en el perímetro de las viviendas crecen con muchas ganas y mucho mimo. El cortijo tiene unas siete casas independientes, donde se alojan huéspedes ocasionales en plan de turismo rural. Me gustó mucho el lugar, pese a encontrarse en una ladera, y hay que subir y bajar lomas, rampas, escaleras y otros aditamentos para transitar. Al final del día me hago unos cuantos kilómetros, y las piernas y rodillas lo notan. El peso no ayuda nada, de modo que no me puedo quejar.
Pero te vas habituando, y cada vez lo notas menos. Creo que salí fortalecido, además de encantado con la gente del lugar. Tanto la dueña como Candela, su hija, o María, de la que hablaba, personas encantadoras, risueñas, que alegran la vista y la vida.
Siempre ocurre lo mismo, que cuando te vas habituando al lugar, tienes que levantar campamento y trasladarte. Pero eso forma parte de un viaje.

De modo que iba muy feliz y contento, cuando de repente…
Catacrooooccc!!!
Otra vez el motor. Se nota que el maltrato por el cañadón lo resintió, y a pesar de la parada para el
cafecito, que se me está haciendo habitual, se recalentó con las cuestas y no quiso más.
Dejé que la inercia me llevara hasta donde pudiera, y a 250 metros había una salida que debía tomar, una estación de servicio y un bar.
¿Dónde dirías que estoy escribiendo esto?
Acertado!.
En el bar, esperando a ver si se enfría y puedo seguir camino a Granada, o esto se ralentiza, se termina o toma otros derroteros.
Finalmente, después de un par de horas, el motocarro se apiadó de mí y me permitió continuar viaje, con mucha cautela, parando cada poco y evitando en lo posible las cuestas y las autopistas.
Pero eso entrañaba otro riesgo, que era tomar caminos vecinales. Si le haces caso a Google, te manda a cualquier parte. No lo hagas. Ve preguntando a los vecinos y ellos te indicarán. Como ocurrió en un sitio, un restaurante denominado El Cruce, donde me indicaron que me había equivocado de camino y que iba para el otro lado. Lo tomé con filosofía, y pedí algo de comer. No tenían nada preparado, pero finalmente transigieron las propietarias, madre e hija al parecer, y me dieron una indigesta comida a base de patatas fritas inundadas de aceite, junto a otro montó de aceite en un algo de carne que estaba bastante comestible, y una cervecita.
Me volví por donde iba, y el cacharro se quejaba.
Me perdí en un maremágnum de caminos vecinales, el tiempo se me echaba encima y no sabóia muy bien qué hacer.

Uno de los grandes problemas con los que me enfrento, es que prefiero los caminos secundarios.
Pero gran parte de ellos están cortados por autopistas, que aparecen de repente, te encajonan allí, y no te dejan salir hasta que finalmente descubres una salida fortuita.
Qué ha pasado? . Que muchas de las rutas nacionales se han transformado en autopistas. Pero los antiguos carteles siguen allí, indicando rutas nacionales o caminos comarcales, y de repente...zas!!
...entroncas con una autopista. Otra cosa importante: no seguir al pie de la letra los carteles indicadores, porque muchos de ellos debieran estar fuera de servicio, y fuera de la vista. En un lugar incluso me encontré con un cartel indicando una dirección, y mil metros más adelante, indicando la dirección contraria.
Tuve que parar a preguntar, para poder seguir.
Luego están los denominados “vías de servicio”, que en muchos sitios son las antiguas rutas comarcales que tienen o no la vieja denominación, pero que es la única salida para quien vaya en vehículos que no puedan andar por autopistas (bicicletas, carros, tractores, maquinaria agrícola), y es la vía de comunicación entre pueblos pequeños.

Total, un verdadero lío. Yo he viajado con un mapa de carreteras de hace varios años, que ya no sirve para nada. No está actualizado. Y me imagino el dolor de cabeza para quien está encargado de poner al día las rutas nacionales.

Vista parcial del cortijo
De modo que me manejo con las indicaciones de vecinos, con Google en algunas ocasiones que veo más o menos fácil, y con la intuición que siempre me indica ir a la derecha cuando tengo que salir para la izquierda.

Total… que los caminos de servicio, son unos badenes asombrosos, algunos de varios metros de alzada, otros encharcados porque son lugares donde desagua el sobrante de agua de campos cercanos, algunos son caminos de tierra, otros empedrados de mala manera, y algunos terminan de repente en ninguna parte. Me hizo recordar en más de una ocasión la película argentina “El viento se llevó lo que”, donde a la prota le pasa lo mismo, salvo que ella se queda con el coche clavado en mitad del camino que termina, en medio de la meseta patagónica.
A mí me ocurre algo parecido, porque el cacharro se niega a andar por esos caminos, y finalmente encuentro un mecánico que lo trastea un poco, y parece que mejora la situación.
Ilusión vana.
Las cuestas o montañas siguen siendo su enemigo, y decido que lo mejor será aparcarlo un poco, para que se lo piense mejor, y largarme con viento fresco hacia Granada, y luego al cortijo que será mi destino.

Pero eso es material para otra historia...o no ...