Esta mañana terminó
mi estancia en Huercal Overa, provincia de Almería. Ayer estuve
preparando la salida, que casi coincidía con la de la otra
voluntaria, Inés, una chica francesa que volvía su estudio, su
chico, su trabajo, su universidad y su vida. Vino a hacer un trabajo
especial porque estudia idiomas, y habla un español estupendo. Ahora
preparaba un trabajo para la universidad , y quería saber de primera
mano como se manejaba España en ese sentido.
Yo entretanto,
preparaba mi entrada en la provincia de Granada. Planeaba salir
temprano, porque durante el día el calor es bastante importante por
esta región. Pero las cosas no salieron así, Lola, la propietaria,
se tuvo que ir temprano a auxiliar a su padre que había roto el
coche, de modo que me quedé a esperarla, porque no quería irme sin
saludarla. El tiempo es bastante relativo cuando andas en ruta, de un
sitio a otro, de modo que estuve charlando con María, una ayudante
que viene de mañana, y al fin llegó la patrona. Nos saludamos y
salí pitando. En el camino me encontré con su padre, y salí en
dirección a Carasoles, un pueblecito marcado en el mapa que no
conocía de nada.
Podría haber
elegido otra ruta, o haberme asesorado mejor.
El camino era de
tierra, por un cañadón lleno de piedras, saltos, pozos, piedras y
arena que te desplazaba por donde quería. No había salidas, de modo
que tuve que seguir por él. De vez en cuando me internaba por alguna
senda, pero tenía que volver al camino principal, porque no
conducían a ningún sitio mejor, sino que acababan en el campo, en
colmenas, y cosas así. Los conejos salían de todas partes y
seguramente se reian de mí al verme en esa situación.
Me resigné y
finalmente pude salir de esa senda y retomar el asfalto. Paré a
hacer un alto en un pueblecito que no tenía en mi itinerario, pero
luego de un café con leche y una charla por teléfono con mi niña,
Claudia, seguí el viaje.
Terrazas de Aloe Vera |
El día es
estupendo, ninguna nube en el cielo, y podia pensar tranquilamente en
este mes y medio que pasé en la Casa Rural “Alóe Vera”. Pese a
ser un cortijo insetrado en un terreno semi desértico, las plantas
en el perímetro de las viviendas crecen con muchas ganas y mucho
mimo. El cortijo tiene unas siete casas independientes, donde se
alojan huéspedes ocasionales en plan de turismo rural. Me gustó
mucho el lugar, pese a encontrarse en una ladera, y hay que subir y
bajar lomas, rampas, escaleras y otros aditamentos para transitar. Al
final del día me hago unos cuantos kilómetros, y las piernas y
rodillas lo notan. El peso no ayuda nada, de modo que no me puedo
quejar.
Pero te vas
habituando, y cada vez lo notas menos. Creo que salí fortalecido,
además de encantado con la gente del lugar. Tanto la dueña como
Candela, su hija, o María, de la que hablaba, personas encantadoras,
risueñas, que alegran la vista y la vida.
Siempre ocurre lo
mismo, que cuando te vas habituando al lugar, tienes que levantar
campamento y trasladarte. Pero eso forma parte de un viaje.
De modo que iba muy
feliz y contento, cuando de repente…
Catacrooooccc!!!
Otra vez el motor.
Se nota que el maltrato por el cañadón lo resintió, y a pesar de
la parada para el
cafecito, que se me
está haciendo habitual, se recalentó con las cuestas y no quiso
más.
Dejé que la inercia
me llevara hasta donde pudiera, y a 250 metros había una salida que
debía tomar, una estación de servicio y un bar.
¿Dónde dirías que
estoy escribiendo esto?
Acertado!.
En el bar, esperando
a ver si se enfría y puedo seguir camino a Granada, o esto se
ralentiza, se termina o toma otros derroteros.
Finalmente, después
de un par de horas, el motocarro se apiadó de mí y me permitió
continuar viaje, con mucha cautela, parando cada poco y evitando en
lo posible las cuestas y las autopistas.
Pero eso entrañaba
otro riesgo, que era tomar caminos vecinales. Si le haces caso a
Google, te manda a cualquier parte. No lo hagas. Ve preguntando a los
vecinos y ellos te indicarán. Como ocurrió en un sitio, un
restaurante denominado El Cruce, donde me indicaron que me había
equivocado de camino y que iba para el otro lado. Lo tomé con
filosofía, y pedí algo de comer. No tenían nada preparado, pero
finalmente transigieron las propietarias, madre e hija al parecer, y
me dieron una indigesta comida a base de patatas fritas inundadas de
aceite, junto a otro montó de aceite en un algo de carne que estaba
bastante comestible, y una cervecita.
Me volví por donde
iba, y el cacharro se quejaba.
Me perdí en un
maremágnum de caminos vecinales, el tiempo se me echaba encima y no
sabóia muy bien qué hacer.
Uno de los grandes
problemas con los que me enfrento, es que prefiero los caminos
secundarios.
Pero gran parte de
ellos están cortados por autopistas, que aparecen de repente, te
encajonan allí, y no te dejan salir hasta que finalmente descubres
una salida fortuita.
Qué ha pasado? .
Que muchas de las rutas nacionales se han transformado en autopistas.
Pero los antiguos carteles siguen allí, indicando rutas nacionales o
caminos comarcales, y de repente...zas!!
...entroncas con una
autopista. Otra cosa importante: no seguir al pie de la letra los
carteles indicadores, porque muchos de ellos debieran estar fuera de
servicio, y fuera de la vista. En un lugar incluso me encontré con
un cartel indicando una dirección, y mil metros más adelante,
indicando la dirección contraria.
Tuve que parar a
preguntar, para poder seguir.
Luego están los
denominados “vías de servicio”, que en muchos sitios son las
antiguas rutas comarcales que tienen o no la vieja denominación,
pero que es la única salida para quien vaya en vehículos que no
puedan andar por autopistas (bicicletas, carros, tractores,
maquinaria agrícola), y es la vía de comunicación entre pueblos
pequeños.
Total, un verdadero
lío. Yo he viajado con un mapa de carreteras de hace varios años,
que ya no sirve para nada. No está actualizado. Y me imagino el
dolor de cabeza para quien está encargado de poner al día las rutas
nacionales.
Vista parcial del cortijo |
De modo que me
manejo con las indicaciones de vecinos, con Google en algunas
ocasiones que veo más o menos fácil, y con la intuición que
siempre me indica ir a la derecha cuando tengo que salir para la
izquierda.
Total… que los
caminos de servicio, son unos badenes asombrosos, algunos de varios
metros de alzada, otros encharcados porque son lugares donde desagua
el sobrante de agua de campos cercanos, algunos son caminos de
tierra, otros empedrados de mala manera, y algunos terminan de
repente en ninguna parte. Me hizo recordar en más de una ocasión la
película argentina “El viento se llevó lo que”, donde a la
prota le pasa lo mismo, salvo que ella se queda con el coche clavado
en mitad del camino que termina, en medio de la meseta patagónica.
A mí me ocurre algo
parecido, porque el cacharro se niega a andar por esos caminos, y
finalmente encuentro un mecánico que lo trastea un poco, y parece
que mejora la situación.
Ilusión vana.
Las cuestas o
montañas siguen siendo su enemigo, y decido que lo mejor será
aparcarlo un poco, para que se lo piense mejor, y largarme con viento
fresco hacia Granada, y luego al cortijo que será mi destino.
Pero eso es material
para otra historia...o no ...
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