sábado, 15 de julio de 2017

Por tierras del Quijote





He salido finalmente de tierras portuguesas, para reencontrarme nuevamente con la región extremeña . Acabo de estar unos días en el Valle de Quixo, donde me he reencontrado con Bruno y Zé, dos amigos con quienes viví una temporada en el momento de entrar en Portugal.
Los restos romanos jalonan el camino
Fallido mi intento de continuar hacia el norte, he decidido utilizar la misma ruta de entrada para retornar a España. Quizás la suerte me ha acompañado un tanto, porque lo cierto es que Portugal se ha visto envuelta en una ola de incendios muy dramática en la zona donde tenía un posible destino, cercano a Coimbra. Allí murieron muchas personas atrapadas en sus coches cuando intentaban huir de las llamas. Es un golpe del cual costará recuperarse, porque aparte de las miles de hectáreas que fueron pasto de las llamas, el incendio principal acabó con una treintena de personas.

Quizás lo que las señales estaban indicando que más me valía no ir hacia el norte. Toda una serie de inconvenientes se habían coaligado días antes y ello fue lo que me indicó que probablemente lo mejor era retornar a España, e incluso abandonar esta aventura. El motocarro se queja, pero va devorando kilómetros y kilómetros. Me estoy acercando a la frontera luso-española, camino de Badajoz. Dejo la Huerta de Zé, con la satisfacción de saber que allí más que una granja ecológica más, lo que dejo son algunos amigos y muchas experiencias vividas, paso por Alcacer do Sal, donde me detengo a hacer mi último cafetito en mi bar favorito, me quedo con ganas de comer algo en una fonda conocida, pero es de mañana aún, la carretera espera y voy un poco en vilo, porque ignoro si el motocarro seguirá respondiendo.

EN TIERRAS EXTREMEÑAS

Sin transición, y casi sin darme cuenta, paso la frontera y me acerco a Badajoz, que queda pegada a la línea divisoria. Cambia un tanto la carretera, para mejor, pero eso es todo. Incluso en el primer lugar que me detengo he de hacer un esfuerzo para cambiar el chip e incorporar mi idioma.
-Estás en España! No teins que falhar mais portugueis !!!
Lástima. Me ha gustado mucho la cadencia y la posibilidad que he tenido de hablar en un nuevo idioma. También el ver que se cierra un capítulo de varios meses por tierras lusitanas, primero en Alentejo, la región central, posteriormente en el Algarve, más al sur, lindando con el mar, y retorno a Alentejo como vía de salida.
Me ha sorprendido muy agradablemente Portugal. Entiendo que en España se habla poco del país vecino, y viceversa, pero es algo que no debiera ocurrir, porque tanto uno como otro son países colindantes, sus costumbres parecidas, los paisajes pueden rivalizar unos con otros sin ningún menoscabo, y las culturas no difieren mucho unas de otras. He estado más que nada en poblaciones pequeñas, pero creo que la gente de Portugal tiene una amabilidad innata, una cierta tranquilidad, o una pausa menor que la extremeña o andaluza, que los hace gozar de un encanto notable.
Placa de la Ruta del Quijote
Ahora vuelvo camino de Mérida, donde he quedado con la gente de Tierra Viva, otra granja ecológica, para pasar unos días. Allí estuve por finales de año, quizás, y Rafa, Paco y los demás, me reciben con alegría. Es más, llegué tarde a Mérida, de modo que decidí pasar la noche en el motocarro junto a un paseo ribereño. Temprano en la mañana, una serie de golpes en la carrocería me despirtan :
-Venga ya, que es hora!!!
-Que pasa, qué pasa??- adormilado, me deslizo hacia el exterior.
Paco, sonriente, me abraza :
-Vi el motocarro y me dije: “Es el de Ricardo!!” . Venga, vamos a hacer un café!!
De modo que me arrastró hacia un bareto cercano, charlamos y nos hicimos unos cafés con leche mientras Paco me ponía al día con las novedades de la huerta. Luego se fue a pintar algo para una vecina, algo que siempre está haciendo, y no sé si tiene muchas vecinas, o siempre pinta lo mismo.
Yo me dirijo a la huerta, y quedamos en encontrarnos más tarde por allí…
Paso algunos días muy buenos con estos amigos. Rafa, Paco, Guille, toda la gente por allí, incluida la hija de Rafa, que se ha ido a vivir al campo, para intentar montar una escuela alternativa. Ya trabaja en una, pero quiere tener un centro propio, y este lugar es ideal. Cercano a la capital, con animales, plantas, huerta, terreno y elementos de la Naturaleza, pueden hacer de ese centro escolar una buena escuela alternativa.
Pero tengo que seguir viaje, y mi destino es ahora Castilla La Mancha. Salgo de tierras extremeñas y continúo carretera adelante hacia la capital . Contacto allí con una bibliotecaria de Almagro, que precisamente tiene una amiga profesora que necesita un cable en un pequeño huerto escolar.
No es la primera vez que me encuentro delante de un grupo de niños que quieren plantar, contactar con la tierra, ver como crecen las plantas y observar con esos ojos curiosos que solamente tienen los niños, el desarrollo de la vida vegetal.
Es un elemento reconfortante. Entiendo que para que haya un amor hacia la naturaleza, lo mejor es que los niños se acerquen e interactúen con ella desde la infancia. Así se puede desarrollar un respeto, un cariño y quizás una continuidad con la madre Natura. Y al menos se le da a conocer que existen otros caminos que no es el consumismo desenfrenado, la tele basura o las chuches de plástico.
Se complementa con un desayuno-merienda a base de zumos naturales, tomates y frutas que han sido cultivadas sin pesticidas, matahierbas ni elementos extraños y que solamente buscan producir, aunque el resultado no sea bueno. Este colegio cuida asimismo de una alimentación saludable en su comedor, por lo cual los niños no muestran extrañeza ante esos bocadillos de pan con tomate, frutas, zumos y quesos artesanos.

POR LA RUTA DEL QUIJOTE

Por todos lados la figura del Quijote
Me encuentro de lleno con la ruta del Quijote. Comienzo a ver las placas que así lo indican, y muchos nombres de establecimientos guardan relación con la figura desgarbada y su rozagante escudero. A medida que me voy alejando de la capital castellana, podría esperar que en cualquier esquina me apareciera ese aventurero montado en su Rocinante, lanza en ristre , rostro anguloso y yelmo de manufactura casera y curiosa.
Paso por Cúzar, una población sin mucho renombre ni cosas que descubrir, pero me detengo a hacer noche y de paso tomar un par de fotos de la Ruta de Don Quijote, clavada en un muro de un calle de nombre muy honorable asimismo : Antonio Machado.
Junto a la parada del bus, me detengo cuando las sombras se alargan, y así puedo entablar conversación con algunos vecinos que sacan sus sillas a la calle para charlar a la fresca.
El calor empieza a apretar, y voy camino de Jaén, donde la curiosidad me lleva, contando con la aceptación de alguien que intenta rehabilitar una aldea abandonada.
Me parece algo digno de elogio, en un momento en que España cuenta con la mayor cantidad de pueblos abandonados, aldeas, aldehuelas y pequeños núcleos en medio del campo, cuyos moradores han ido desapareciendo rumbo a la ciudad. Se van los jóvenes, quedan los viejos unicamente, finalmente estos también desaparecen y las casas, los árboles, las calles, comienzan un declive hacia su desaparición.

En medio de todo ello, me sigo preguntando si esto es el final del viaje. Me da la sensación de que así es. Debo retornar a Palma, intentar recuperar una pensión retenida, mi hija está a punto de dar a luz, el motocarro sigue aguantando pero es evidente que al cabo de estos dos años y medio el camino está dejando huella en él, y Jaén parece ser un buen capítulo más en esta historia de un vagabundeo como voluntario.
De manera que enfilo por carreteras pequeñas hacia Jaén, para volver a la región andaluza y dejar atrás los pasos que Don Quijote podría haber hecho físicamente hace centurias.

Pero eso será parte de otra historia...o no.

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